22/3/16

El corazón de la Liturgia






EL CORAZÓN DE LA LITURGIA: EL TRIDUO PASCUAL

La Instrucción Musicam Sacram[1], nos dice: “En particular solemnícense los sagrados ritos de la Semana Santa; mediante la celebración del Misterio Pascual los fieles son conducidos como al corazón del año litúrgico y de la Liturgia misma” (MS 44).

El Triduo Pascual celebra el Misterio de nuestra salvación con la muerte, sepultura y resurrección del Señor. En estos días santos la oración litúrgica, expresada a través del canto y de la música, pasan del gozo de la última Cena, de la nostalgia de la despedida, al dolor del abandono y del sufrimiento, del Misterio de la Cruz, para pasar, desde el silencio del Sepulcro, al estallido del gozo en la Gloria de la Resurrección celebrada en la noche del Sábado Santo[2].

El Viernes Santo es el día que está centrado en la celebración de la gloriosa Pasión de Cristo, cuyo símbolo es la Cruz. En la Pasión y la Cruz culmina la vida de Jesús. Jesús muere, y con su muerte nos abre el camino hacia la comunión con el Padre. El oficio de las lecturas, la adoración de la Cruz y la comunión de este día nos presentan el amor del Padre entregando al Hijo, la muerte del Justo, que se entrega por amor y que es exaltado por Dios hasta la gloria[3].

Todo en la solemne celebración litúrgica de este día Santo, nos recuerda la muerte de Jesús, expresión máxima de su amor. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. El silencio impresionante con que empieza es expresión de la sobriedad, propia de este día. Los ministros entran en silencio, sin cantos y se postran ante el altar desnudo como imagen de la humanidad caída y al mismo tiempo penitente que implora misericordia y perdón por sus pecados. Las vestiduras litúrgicas son rojas, color de los mártires, Cristo es el primer testigo del amor del Padre, y de todos aquellos que como Él dieron y siguen dando hoy su vida por amor al Evangelio.

Hay una primera parte que es la celebración de la Palabra, centro de la Liturgia de este día, cuyas lecturas nos centran en la Pasión y muerte de Jesucristo, siervo de Dios, que se pone y abandona en las manos del Padre, por quien se entrega a los suyos por amor. Una muerte abierta a la glorificación.

Tras la Palabra pasamos a la adoración de la Santa Cruz, una acción simbólica y muy expresiva en la que se nos presenta solemnemente la Cruz, donde Cristo gana para nosotros la vida y el Espíritu vivificante que nos entrega[4]. Y a la Santa Cruz nos acercamos en procesión para venerarla, cantando las alabanzas a ese Cristo que da su vida por amor.

En los días del Triduo Pascual, la música sacra tiene un papel fundamental, ya que acompaña los ritos y símbolos de la semana más importante del año para nosotros. Gracias a la musicalización que han hecho autores de todos los tiempos a himnos y secuencias, es que hoy podemos deleitarnos con piezas que engrandecen y embellecen aún más el Misterio de nuestra Redención, no dejándonos indiferentes sino que nos abren los ojos y el corazón para ver la irrupción de Dios en nuestra vida.

Pero tenemos que tener muy en cuenta lo que la Instrucción Musicam Sacram[5] nos dice sobre la música sagrada instrumental, que aún siendo de gran utilidad en las celebraciones sagradas, porque puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales (MS 62), se utilizará de forma que responda a las exigencias de la acción litúrgica que se celebra, sirviendo a la belleza del culto y a la edificación de los fieles (MS 63). De modo, que jamás cubra las voces del canto ni dificulte la comprensión del texto (MS 64). Por eso, en estos días Santos, no se autoriza el sonido solo de los instrumentos musicales (MS 66), porque nada nos puede distraer de lo que Dios nos dice en su Palabra, que es un canto de amor para nosotros. Su Palabra que es amor, es el centro, la esencia de la Liturgia en este Triduo Pascual.


IMPROPERIOS

o   ANÁLISIS DEL TEXTO

Entre los cantos que se utilizan para adorar la Santa Cruz en la Liturgia del Oficio del Viernes Santo están, entre otros, los Improperios. No se ha determinado la fecha exacta de su aparición en la Liturgia. Referencias concretas se encuentran en los documentos de los siglos IX y X, e incluso existen vestigios en manuscritos de una fecha mucho más temprana. En su obra De antiquâ ecclesiæ disciplinâ, Martène (c. XXIII) ofrece una serie de Ordines fragmentarias, algunas de las cuales se remontan hasta el 600. Muchas otras mencionan los Improperios[6].

Los Improperios son versos de una belleza incalculable, que cantan los reproches o las quejas que, en esta emocionante ceremonia, la Iglesia pone en los labios del Salvador inocente contra su pueblo Israel. Nos descubren un bello canto de amor, la más bella declaración de amor de Dios por su pueblo, que en recompensa por todos los favores divinos y en particular por la liberación de la esclavitud de Egipto hacia la Tierra Prometida, le infligieron las ignominias de la Pasión y una muerte en cruz. Nos hacen así, recorrer la historia de la infidelidad humana al designio divino, que sin embargo se realizará precisamente de este modo[7].

Estas conmovedoras quejas de un Dios sufriente, que se vuelca en amor por todos los hombres, son interpretadas por el coro durante la adoración de la Cruz, y hacen nacer en nuestra alma vivos sentimientos de compunción y compasión.

Dios y su pueblo elegido son los protagonistas de este canto. Un canto en el que  se entrelazan el Antiguo y Nuevo Testamento, la historia de salvación del pueblo de Israel y la pasión de Cristo, que nos revela el amor del Padre y la ingrata respuesta de su pueblo a todos los prodigios de amor que ha hecho por él. En este pueblo elegido está representada toda la humanidad.

Al analizar el texto podemos encontrar partes distintas. La primera parte consta de tres reproches, a saber: Quia eduxi te de terra Aegypti (Ex 20,2; Dt 5,6); Quia eduxi te per desertum (Dt 8,1-20) y Quid ultra debui facere tibi, et non feci? (Is 5,4; Jr 2,21). El primer reproche lo encabeza el  Popule meus ( Miq 6,3), el interrogante doloroso que Dios plantea a su pueblo: Interrogante que el pueblo solo es capaz de responder en forma de oración, con la que, finalmente, reconoce a su Dios y Señor, Fuerte e Inmortal, que le ha guiado con inmenso amor, en medio de asombrosos prodigios, para recibir en pago la ingratitud de la Cruz. Por eso, ruega misericordia. Es el Trisagion, oración proveniente de la Liturgia bizantina, que cobra protagonismo dándole voz a un pueblo arrepentido. Es interpretado por el coro que lo canta, intercalándolo después de cada uno de estos tres reproches en las lenguas latina y griega. La Iglesia de Oriente y Occidente se unen en esta alabanza a Dios.

La segunda parte contiene nueve reproches. Cada uno de ellos es un verso tomado de las Escrituras y seguido en cada caso por el Popule meus como una especie de estribillo. Qué grande es el amor que Dios tiene a su pueblo, el amor que tiene a toda la humanidad. A pesar de todo, no deja de llamarnos pueblo suyo, no se cansa de repetírnoslo, pues solo quiere que volvamos a Él y lo confesemos como a nuestro Dios y Señor.  Por eso, cuando vamos en procesión para adorar la Cruz, salimos de nuestro sitio, de nosotros mismos, y arrepentidos caminamos a su encuentro, volvemos a Él nuestra mirada y nuestro corazón pidiendo perdón y misericordia. Como pueblo de Dios, nuestra única respuesta ante Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, es nuestro beso silencioso a sus pies, que cada uno de nosotros le damos, como signo de nuestro amor por Él.


                 I parte

Popule meus, quid feci tibi?
Aut in quo contristavi te?
Responde mihi.
 

Quia eduxi te de terra Aegypti:
parasti Crucem Salvatori tuo.
 
Agios, o Theos.
Sanctus Deus.
Agios ischyros.
Sanctus fortis.
Agios athanatos, eleison imas.
Sanctus et immortalis, miserere nobis.
 


Quia eduxi te per desertum
quadraginta annis,
et manna cibavi te,
et introduxi in terram satis optimam:
parasti Crucem Salvatori tuo.
 
Agios o Theos...

Quid ultra debui facere tibi,
Et non feci?
Ego quidem plantavi te vineam
Electam meam speciosisiman;
Et tu facta est mihi nimis amara,
A ceto namque sitim meam potasti:
Et láncea perforaste latus Salvatori tuo.

Agios o Theos…
 



II parte

Ego proper te flagellavi Aegyptum
cum primogeniti suis:
et tu me flagellatum tradidisti.
 
Popule meus...
 
Ego te eduxi de Aegypto,
demerso Pharaone in mare rubrum:
et tu me tradidisti principibus sacerdotum.
 
Popule meus...
 
Ego ante te aperui mare:
te tu aperuisti lancea latus meum.
 
Popule meus...

 
Ego ante te praeivi in columna nubis:
et tu me duxisti ad praetorium Pilati.

 
Popule meus...


¡Pueblo mío!, ¿qué te he hecho?
¿En qué te he ofendido?
Respóndeme.
   
 
Yo te saqué de Egipto; tú preparaste
una cruz para tu Salvador. 

Santo es Dios,
Santo es Dios,
Santo y fuerte,
Santo y fuerte,
Santo e inmortal, ten piedad de nosotros,
Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
 
Yo te guié cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná,
te introduje en una tierra excelente;
tú preparaste una cruz para tu Salvador. 
 
Santo es Dios…
 
¿Qué más pude hacer por ti?
Yo te planté como viña mía,
escogida y hermosa.
¡Qué amarga te has vuelto conmigo!
para mi sed me diste vinagre,
con la lanza traspasaste el costado
a tu Salvador.
 
 
Santo es Dios…






Yo por ti azoté a Egipto y a sus primogénitos; tú me entregaste para que me azotaran.

¡Pueblo mío!...
 
Yo te saqué de Egipto, sumergiendo al Faraón en el Mar Rojo;
tú me entregaste a los sumos sacerdotes. 
 
¡Pueblo mío!...
 
Yo abrí el mar delante de ti;
tú con la lanza abriste mi costado.
 
¡Pueblo mío!...
 

Yo te guiaba como una columna de nubes; tú me guiaste al pretorio de Pilato. 
 
¡Pueblo mío!...

 Ego te pavi manna per desertum:            Yo te sustenté con maná en el desierto;
 et tu me cecidisti alapis et flagellis.          tú me abofeteaste y me azotaste.

Popule meus...                                            ¡Pueblo mío!...

Ego te potavi aqua salutis de petra:          Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de    
               et tu me potasti felle et aceto.                    la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre.

Popule meus...                                            ¡Pueblo mío!...

Ego propter te Chananaeorum                  Yo por ti herí a los reyes cananeos;
reges percussi                                             tú me heriste la cabeza con la caña.
et tu percussisti arundine caput meum.

Popule meus...                                            ¡Pueblo mío!...


Ego dedi tibi sceptrum regale                    Yo te di un cetro real;
et tu dedisti capite meo                               tú me pusiste una corona de espinas.
spineam coronam.

Popule meus...                                            ¡Pueblo mío!...

Ego te exaltavi magna virtute                    Yo te levanté con gran poder;
et tu me suspendisti in patíbulo crucis.      tú me colgaste del patíbulo de la Cruz.

Popule meus...                                   ¡Pueblo mío!...


A continuación vamos a ver cómo la interpretación musical y el canto de estos versos impactantes tocan nuestro corazón, ayudándonos a profundizar en el sentido del texto sagrado que contienen.


o   GREGORIANO

La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la Liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas[8]. Por eso, en nuestros monasterios, el canto gregoriano ha sido, durante el largo curso de los siglos, la base de nuestro Oficio Coral para rendir la más noble y digna alabanza a Dios.

Los Improperios interpretados en canto gregoriano, adquieren una sentida expresión, propia del canto modal. El modo I, en el que se encuentra la partitura, nos mueve a la oración profunda y recia, que busca, ante todo, entrar dentro de cada palabra que se hace oración. Palabra de Dios, dirigida dolorosamente a su pueblo. Palabra del pueblo de Dios, que, reconociendo la grandeza de su Dios, pide la misericordia con un tono vivo y encendido. Así, la interpretación de los Improperios en gregoriano se intercala en las voces de solitas y coros, para hacer más realista y cercana la oración del Viernes Santo.

En la primera parte, el Popule meus es interpretado por dos cantores en medio del coro. Es la queja, la pregunta que Dios hace a su pueblo elegido. Al mirar la partitura vemos que cuando se canta “en qué te he ofendido”, aut in quo contristávi te?, ese “qué”, quo, sube a notas más altas y se alarga, se intensifica el tono del canto, lo que hace resaltar su importancia. Es lo que Dios quiere saber de su pueblo: ¿en qué le ha podido faltar?

Y a continuación sigue uno de los tres reproches de esta primera parte. Son versos sencillos y en ellos se contraponen las maravillas que Dios realiza con su pueblo, sacándolo de la esclavitud de Egipto por el desierto, hacia la libertad de la Tierra Prometida, con las distintas escenas dolorosas de la Pasión de Cristo, desde su condena hasta su crucifixión. Son cantados sucesivamente por los dos cantores.
 
Intercalando estos reproches los dos coros responden alternativamente cantando el Trisagion, que es de una gran belleza. Los dos coros representan el Popule meus de Dios, que cuando cantan el Trisagion, no hacen sino poner en boca del pueblo elegido su confesión de fe y amor a un Dios que es Santo, Fuerte e Inmortal, al que llenos de compasión y compunción, ruegan misericordia.

En el pueblo de Dios está toda la humanidad, estamos cada uno de nosotros, y ante la Cruz, que en este día veneramos como símbolo de esperanza de salvación, vemos un manantial de bienes infinitos, pues nos sabemos liberados del error y de la oscuridad. Por eso exultamos y prorrumpimos en este hermoso canto de alabanza a Dios, como es el Trisagion, como respuesta a los reproches de Dios.

Si observamos una partitura podemos ver que “Dios”, Theós-Deus, “Fuerte”, Ischyrós-Fortis, y sobre todo “Inmortal”, Athánatos-Immortalis, suben a notas más altas, alargándose en el tiempo, intensificando el canto y el sentido profundo de lo que significa. Lo mismo vemos con “ten misericordia de nosotros”, miserere nobis. El canto gregoriano realza la palabra, y esta es una de sus características más importantes.
 
En la segunda parte, los versos de los Improperios siguientes se cantan alternativamente por los dos cantores. Después de cada verso, se unen los dos Coros en el lamento del Pópule Méus.
 
  o   DEL GREGORIANO A LA POLIFONÍA: TOMÁS LUIS DE VICTORIA, EL MÚSICO DE DIOS[9].

Tomás Luis de Victoria nació en Ávila (España) en 1548 y murió en Madrid el 20 de agosto de 1611. Ávila es tierra de grandes santos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de Ávila, y no lo es menos nuestro sacerdote de Dios, compositor y organista, Tomás Luis de Victoria, quien no solo fue uno de los más grandes compositores españoles del renacimiento, sino una de las máximas figuras de la música eclesiástica en la Europa de su época.

En su simplicidad austera, logra hacer vibrar lo más íntimo de nosotros mismos, nuestro corazón. Tiene el poder especial de “conmover”, por eso el estilo de Victoria nos atrae.

En todas sus obras, Victoria, respetará siempre la estructura dramática de los diálogos y de la narración de los textos, llevándolos así a la estructura musical. Es, por tanto, el texto comentado musicalmente el que da forma a la forma de sus obras. Es la Palabra la que da forma a su música. Y la polifonía es el lenguaje con el que da voz al texto, lo amplia, lo comenta y lo interpreta.

El Officium Hebdomadae Sanctae de 1585, es su gran obra, en la que  pone en música todos los textos que conforman los Oficios de la Semana Santa, expresando de manera radical el dolor y la compasión en la contemplación de la Pasión de Cristo, que es contemplada e interpretada musicalmente: sus dieciocho Responsorios, el Motete Vere languores y los Improperios Popule Meus de la Feria Sexta y las Lecciones, todo el oficio en general, habla con una particular capacidad para emocionar y para comunicar esta emoción. Por el affectus nos hace entrar en el Misterio.

El Officium es una obra “vivida”, no solo es un canto a un drama evangélico, pues Tomás Luis de Victoria transformado espiritualmente en “hombre en Cristo” escribe al mismo tiempo su propia pasión. Porque Victoria no es un mero espectador que desde fuera ve y oye la obra. Sino que Victoria está dentro de la obra misma, es la obra, y en ella el mundo sonoro se ve forzado a explicar el drama interior provocado por la búsqueda de una transfiguración espiritual. Y a esto nos invita cada vez que escuchamos sus obras. Porque la música de Victoria no es simplemente un comentario de los textos sagrados. Su música es una actualización, es decir, se identifica plenamente con el uso litúrgico que se hace de los textos de la Sagrada Escritura. Y aquí está la fuerza “sacramental” de la música: hacer revivir aquello que nos es narrado.
Cuando el texto es cantado, musicalizado, la música (y Victoria lo hace magistralmente), nos lleva a sentir aquellos momentos. Es decir, nos transforma, nos lleva a través de una acción performativa a sentir dentro de nosotros la experiencia del momento revivido. Así, la música recreada interiormente penetra en nosotros haciendo vibrar una irrepetible emoción, que en el caso de los Improperios, es la emoción del dolor contemplado, dolor compasivo, que nos revela ya algo del Misterio, del amor de Dios por su pueblo, por toda la humanidad, que le lleva a la Cruz.

La música de Tomás Luis de Victoria tiene la finalidad, de elevarnos a la contemplación “empática” de la Pasión de Cristo, donde no hay lugar para la indiferencia. Y lo podemos comprobar escuchando los Improperios.

Los Improperios están cantados por un coro que entra a 4 voces, consiguiendo todas las voces al unísono una excelsa expresividad, lograda con sencillez y parvedad de recursos, donde un limpio y bien trabado tejido polifónico resalta la línea principal de esta obra.

Son cantados con una gran belleza, con unidad y con una armonía maravillosa que nos hace estremecer, porque cuando escuchamos cantar al coro, escuchamos la queja dolorosa de Cristo, que no sabe qué más puede hacer por su pueblo, por nosotros, por toda la humanidad, que no haya hecho ya. Y nos mueve a compasión.

De todo lo expuesto, podemos concluir que la música orante, nos eleva de manera especialísima a la unión con Dios. Dejemos por tanto, que la Palabra hecha música nos descubra y revele el Misterio. Dejémonos seducir y sorprender por la Palabra crucificada, Palabra de amor. Y cantemos nuestra fe y amor a Él con nuevo gozo. Sea nuestro cántico, un cántico de gratitud y así, el Padre reciba la alabanza que, unida para siempre a su Hijo amado, en alas de su Espíritu divino, su Iglesia enamorada le reza y canta.

 Sor Eva Mª Campo Reguillo
Monasterio de San Benito, Talavera de la Reina


[1] Instrucción Musicam Sacram de 1967, en
 http://www.musicaliturgica.com/assets/plugindata/poolc/Musicam%20Sacram1967.pdf
[2] E. Pablo, Alocución Capitular Cuaresma 2013, Monasterio Cisterciense de San Benito, Talavera de la Reina (Toledo).
[3] Misal Romano, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988.

[4] Misal Romano, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988.
[5] Instrucción Musicam Sacram de 1967, en
 http://www.musicaliturgica.com/assets/plugindata/poolc/Musicam%20Sacram1967.pdf

[6] P. Morrisroe, Improperia, The Catholic Encyclopedia, Vol. 7, Robert Appleton Company, New York 1910, (28 Feb 2012) http://www.newadvent.org/cathen/07703a.htm.  http://ec.aciprensa.com/wiki/Improperios#.Uy_7raJSNFt
[7] Benedicto XVI, Los días del amor más grande, (Audiencia General del Miércoles Santo 4 de Abril de 2007), en Revista Ecclesia nº 3357-58, Madrid 2007, pp. 29-30.

[8] Documentos del Vaticano II, Constitución “Sacrosanctum Concilium” 116, BAC, Madrid 1976.
[9] J. Piqué, Teología y Música, Parte III, Cap. VIII, Editrice Pontificia Universitá Gregoriana, Roma 2006, pp. 207-255.

No hay comentarios:

Publicar un comentario