“Cuanto lloré entre los himnos y los cánticos, vivamente conmovido por las voces de tu Iglesia suavemente exultante. Aquellas voces vertían en mis oídos, destilaban la verdad en mi corazón; me encendían sentimientos de piedad; las lágrimas brotaban y me hacían bien” (S. Agustín, Confesiones, IX 6, 14).
BIOGRAFÍA
San Agustín nació el 13 de noviembre del año 354 en Tagaste. En su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los treinta y dos años llevo una vida licenciosa, aferrado a la herejía maniquea. Agustín fue a Cartago a fines del año 370, cuando acababa de cumplir diecisiete años. Pronto se destacó en la escuela de retórica y se entregó ardientemente al estudio, aunque lo hacía sobre todo por vanidad y ambición. Poco a poco se dejo arrastrar por el pecado, pero aun entonces conservaba cierta decencia de alma.
En ese tiempo cayó en el Maniqueísmo, afirmando que Dios era el principio de todo bien y la materia el principio de todo mal; así profesó el maniqueísmo hasta los veinte ocho años. Entre tanto Mónica, confiada en las palabras de un santo obispo que, le había anunciado que "el hijo de tantas lágrimas no podía perderse", no cesaba de tratar de convertirle por la oración y la persuasión.
Agustín después de desilusionarse de la secta, decidió emigrar a Milán, donde obtuvo el puesto de profesor de retórica, ahí fue bien acogido y conoció al obispo de la ciudad: San Ambrosio. Así pues, asistía frecuentemente a los sermones de San Ambrosio el cual era famoso por su erudición. Los discursos del Santo empezaron a producir impresión en la mente y el corazón de Agustín. Este comprendió que la verdad estaba en la Iglesia católica, pero la dificultad de practicarla le hacía vacilar en abrazar definitivamente el cristianismo.
Gracias a las lágrimas de su madre, las palabras de San Ambrosio y el fuerte llamado de Dios a la Santidad , al poco tiempo Agustín se convirtió al cristianismo, y en la víspera de Pascua del año 387 recibió el bautismo. Se fue a vivir a Hipona, donde fue ordenado sacerdote por el obispo de dicha ciudad, Valerio; luego se convertiría en obispo al morir este último.
Durante su vida San Agustín, no dejó de predicar, y escribió varias obras, la más famosa se llama "Confesiones", que comprende la descripción de su vida, conversión y muerte de su madre, Santa Mónica, dicha obra fue escrita para mostrar la misericordia que Dios había obrado en un pecador.
El 28 de agosto de 430, exhaló apaciblemente su último suspiro, a los setenta y dos años de edad, de los cuales pasó casi cuarenta consagrado al servicio de Dios.
CONTEXTO
Este enunciado pertenece a la obra de San Agustín: “Confesiones”, donde el autor nos narra la historia de su conversión. Esta obra la escribió Agustín para alabar la justicia de Dios y Su misericordia por los bienes que le había comunicado y por los males de que le había librado y eximido, o con que le había castigado, y también para levantar hacia Dios el espíritu y corazón de quienes leyeran esta obra.
Las Confesiones (escritas por San Agustín siendo ya sacerdote y, posteriormente obispo de Hipona, una vez cumplidos los treinta años)tienen la forma de una larga oración de acción de gracias en trece libros e intenta probar que fue un gran pecador, hace referencia a la gracia de Dios y a Su maravilloso poder: Aquí, la defensa de la verdad cristiana se entreteje con la vida de Agustín.
El contexto de este texto se basa en la persecución de los arrianos. La emperatriz Justina que era arriana, había enviado un asesino para matar al obispo Ambrosio por no querer cederle una iglesia a los arrianos. San Ambrosio, para luchar contra la herejía del arrianismo, escribía sermones para que sus fieles fueran conscientes de que Cristo era hombre y Dios. Ambrosio compone himnos cristológicos con música para que sus fieles los entonen, y cuando San Agustín los oyó, se conmovió, y posteriormente se convirtió.
Estos himnos, al mismo tiempo que servían a Dios de alabanza, a los fieles le servían de consuelo en la dura persecución que sufrían.
IDEAS PRINCIPALES
En sus Confesiones, el tema de la música está también presente en San Agustín y lo introduce como un modo de expresar aquello que para el simple lenguaje de la palabra, es inexpresable.
Este texto expresa el momento en que Agustín entra en una iglesia y escucha el canto de los fieles; su interior se conmovió y aquella música le llegó a lo más íntimo de su corazón de tal modo, que se sentía movido hacia Dios y le invitaba a la conversión.
Agustín había escrito un libro: “De Musica”, donde la música era tratada de forma filosófica, donde no cabe la experiencia, era estudiada desde una perspectiva matemática para llegar a lo que es una música perfecta, racional. Pero Agustín sufre esta experiencia y ya el valor de la música cambia para él; ahora en la música vibra el sentimiento, la experiencia musical ha calado en el joven Agustín
Agustín, vuelve a su obra “De Musica” y ahora vislumbra la música desde otra perspectiva, la perspectiva de la teología y el amor al Dios cristiano. La experiencia musical le lleva hacia el Misterio; la música le ayuda a la contemplación, a la alabanza de Dios.
En las Confesiones, Agustín quiere demostrar que no es posible hablar de li que es inefable e inerrable, que la experiencia del Misterio va mucho más allá y que la música es el elemento comunicativo más apropiado para llevarnos hacia el Misterio. En esta obra, nos recuerda lo importante que fue para él la experiencia sufrida en Milán de joven cuando escuchó aquellos cantos, aquellos himnos ambrosianos cantados por los fieles; “La percepción de la forma, estructurada en ritmos largos y breves del cursus latino, incide en el ánimo del impresionado Agustín, que es llevado de la escucha de la melodía de estos cantos a la conmoción de las lágrimas”.
Aquí, en este texto donde nos narra su experiencia, podemos ver como se dan las cuatro categorías:
- El joven Agustín entra en una iglesia y escucha el canto, éste canto le implica y surge en su interior la emoción. Agustín se siente implicado.
- Para él, esta emoción es tendente al gozo. Podemos decir con Sequeri: “dar forma al festivo resonar de un mundo contento de existir”.
- La emoción no es condicionada, porque deja vislumbrar algo del Misterio, algo que no se puede explicar. Es una emoción incondicionada que tiene un sentido. Emoción que nos da un sentimiento. Y esto es lo que le sucede a San Agustín, la música despierta en él sus sentimientos y como él mismo dice en este texto: “Aquellas voces...; me encendían sentimientos de piedad, las lágrimas brotaban y me hacían bien”.
- Es una emoción que tiende a la trascendencia, la música da lugar a un movimiento de subida, para él es una evocación de lo trascendente: “La Palabra se une al elemento sonoro, la melodía se une al sentido. Lo inefable se une a la efabilidad sonora. Lo festivo se manifiesta en la experiencia”.
San Agustín, después de una experiencia estética (escuchando Ambrosio) vuelve a Reflexionar la Palabra. Es la belleza, el placer estético de la música, lo que ayuda al fiel a elevar su alma hacia Dios.
ANÁLISIS PERSONAL
Leyendo este texto, siento como si lo hubiese escrito yo, tanto comulga con mis ideas y con lo que me sucede a mí también.
Leyendo este texto, siento como si lo hubiese escrito yo, tanto comulga con mis ideas y con lo que me sucede a mí también.
Yo, al igual que San Agustín, me emociono vivamente ante la música y el canto, me siento sumergida en aquellos cantos que más bellos me resultan y los hago míos. Esos cantos que tanto me dicen y me emocionan, me producen un gran gozo el poderlos cantar o por lo menos, poder oírlos. La música, me dice tanto y me ayuda tanto a elevarme hacia Dios que a veces, incluso la música que no tiene carácter religioso, siento que me habla de Dios.
Realmente, pienso que si la música no crea ningún sentimiento ni ninguna emoción, no tiene sentido el cantar a Dios en la Liturgia. Sí tiene sentido en cuanto que es un canto de alabanza a Dios, pero este canto tiene que implicar al monje y al oyente, tiene que mover el corazón y elevarlo, llevarlo hacia la trascendencia. Así, la oración se hace más viva y personal,, lleva a un contacto más íntimo con el Señor y puede mover a amar más.
Para San Agustín, esta experiencia de Milán no fue algo superficial que quedó sepultada junto a otros muchos recuerdos, no. San Agustín recuerda vivamente este suceso y lo ve tan importante como para incluirlo en sus Confesiones; no fue algo banal, sino que le empujaba hacia Dios y la emoción que sentía le hizo incluso llorar.
Lo que cantamos al rezar no puede ser algo que permanezca en el exterior sin apenas rozarnos; la oración es un encuentro con Dios y por tanto, al rezar cantando, ese canto tiene que implicarnos, entrar en lo más íntimo de nuestro corazón, llenarnos de gozo y ayudarnos a “alcanzar” a Dios. El canto no debe ser una repetición mecánica que se hace todos los días, debe concordar nuestra mente y nuestro corazón con aquello que rezamos, como dice San Benito en su Regla. El canto debe mantener vivo el deseo de Dios, de Su Amor, de vivir para Él; debe ayudarnos a penetrar un poco más cada vez en la profundización y en la vivencia del Misterio.
Sor Marina Medina
Monasterio de la Santa Cruz
(Casarrubios
Mil gracias un saludo
ResponderEliminarMuy interesante los diferentes análisis.
ResponderEliminarUn saludo.
excelente, muy bueno, una mirada grosso modo que no deja lugar a dudas el poder transformador de la música en el ser humano.
ResponderEliminaresto me ayudara mucho
ResponderEliminarasi lo creo
Gracias! Que buena explicacion para todos aquellos que disfrutamos de la música gregoriana al orar.
ResponderEliminarUn saludo solo quería aportar que lo escrito por Agustín de hipona es en referencia alal cántico y no a la música ya que en su tiempo no se usaba instrumentos musicales en la iglesia.
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