Introducción
La experiencia espiritual en Bernardo
«es únicamente analizable, y siempre de modo imperfecto, a la luz de la fe. Él
vivió su aventura humana como un compromiso de fe en un contexto muy concreto,
el ámbito de su comunidad monástica»[1].
¿Es posible constituir el núcleo de la experiencia?
Sí, pero antes habrá que insistir en que la experiencia cristiana para Bernardo
no reclama la fuga hominis. Es un
absurdo para el abad de Clairvaux una cercanía de Dios huyendo del hombre, que
son los demás y que es uno mismo. La experiencia cristiana implica la asunción
desde la fe de todos los condicionantes humanos. (…) Puede decirse incluso que
la experiencia bernardiana de su propia vivencia como creyente radica en un
compromiso personal sin condiciones[2].
Esto se hace particularmente evidente
en el Sermón 26 que vamos a analizar. En este Sermón, Bernardo expresa la
experiencia de su dolor, al haber sido personal y profundamente tocado por la
muerte de su hermano y amigo Gerardo, monje con él en Clairvaux.
Este compromiso estriba en la realidad bipolar y
dialógica, yo-tú, yo-vosotros, nosotros-Tú, en cuanto conocimiento experiencial
de uno mismo en relación con los demás, y en cuanto conocimiento de la realidad
divina a través de sí mismo y de los demás. Pero no se debe olvidar la
constante de la circunstancia ambital concreta: el claustro como schola, lugar de aprendizaje de la
experiencia cristiana en el compromiso de una fe compartida[3].
En este Sermón Bernardo vuelve sus
ojos al interior y deja desbordar en palabras una experiencia personal y vital.
De hecho, el conocimiento de sí, en cuanto relacional, es siempre «dinámico y
vital»[4].
La ascética de Bernardo, que considera el «trabajo de restauración de la
persona como quehacer profundamente liberador»[5],
se demostrará en este Sermón encarnada en su vida.
Este quehacer, libre de suyo, brota de un acto
necesario, el amor de sí mismo, y en cuanto vinculación natural del hombre a su
propio ser (…). Es el dinamismo de un despertar el hombre a sí mismo en su
doble naturaleza corpóreo-espiritual. Es el proyecto operativo de su mismísima
belleza a restaurar en lontananza[6].
El significado último de la
experiencia espiritual para Bernardo radica en «la afección del sentido» tocado
por la Palabra revelada. «Bernardo intuye el ámbito espiritual sintiéndolo
físicamente», sin olvidar que en los Sermones los sentidos se afrontan desde el
interior, podríamos decir desde el corazón, de modo que «la persona humana se
explica, pues, como un espíritu sentiente»[7].
Los sentidos del hombre confluyen, para Bernardo «en un centro neurálgico
único, el sentido del amor». El ser y existir según la imagen de Dios significa
e implica la capacidad de entrar en relación y comunión con Él.
Al considerar el amor el «sentido de
los sentidos» decimos que «la persona humana es radicalmente seno, y seno
divino»[8],
acogida como María de la Palabra que se revela. Y por ser seno, decimos que la
persona es esposa, y encontramos en ella la imagen no tan sólo de María sino
también de la Iglesia. Pues bien, «el sentido único del amor es el sentido de
la esposa», es decir, «el sentido espiritual por excelencia». Con este sentido,
es decir, con el amor que penetra el corazón o centro de la persona, ella ama y
se experimenta amada. Esta experiencia activo-pasiva, que en la terminología de
Bernardo se llama affectus, es
sustancialmente, en su raíz, un encuentro[9].
En el Sermón 26, Bernardo mismo es la
esposa, y lo es de tal modo, que de hecho se olvida de serlo, para simplemente
vivirlo. El resultado: Bernardo se encuentra en la fe y en el amor consigo
mismo, con su hermano difunto Gerardo, con la comunidad y con Dios mismo.
I-
Vocabulario
A-
Corazón
Quousque enim
dissimulo, et ignis, quem intra meipsum
abscondo, triste pectus adurit, interiora depascitur? Clausius latius
serpit, saevit acrius. Quid mihi et cantico huic, qui in amaritudine sum?Vis doloris
abducit intentionem, et indignatio Domini ebibit spiritum meum.
¿Hasta cuándo lo seguiré disimulando, si el fuego que
oculto dentro de mí mismo abrasa mi triste corazón y devora mi interior?
Encerrado se extiende más, se intensifica más. ¿Qué me importa ese cántico si
vivo amargado? La agudeza del dolor debilita mi voluntad y la indignación del
Señor consume mi espíritu[10].
El corazón es, pues, para Bernardo,
el lugar intra meipsum, dentro de sí,
su interior más profundo donde esconde un
intenso sentimiento de dolor, donde a causa de ello su voluntad es tocada de tal modo que se debilita, y donde su mismo
espíritu, herido por la prueba que considera enviada por el Señor, sufre una
agonía. Ello responde exactamente a cuanto todavía hoy la Iglesia entiende por
corazón, si tenemos en cuenta la definición dada por el Catecismo de la Iglesia
Católica:
El corazón es la morada donde yo estoy,
o donde
yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo «me
adentro»). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni
por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo
y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras
tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde
elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen
de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza[11].
B-
Afectos
Continúa Bernardo:
Subtracto
siquidem illo, per quem mea in Domino studia utcumque libera esse solebant,
simul et cor meum dereliquit me. Sed
feci vim animo meo ac dissimulavi
usque huc, ne affectus fidem vincere
videretur.
Me han arrebatado aquel por quien podía recrearme en
el Señor con plena libertad, y se han hundido todas mis ilusiones. Violentando
mi alma, lo he tenido encubierto hasta ahora, para no dar la impresión de que
el afecto era superior a la fe[12].
En el original latino, hallamos en
menos de dos renglones tres términos que se iluminan y complementan: corazón,
alma, afecto. El corazón, el interior, núcleo de la persona y por tanto del
alma y del espíritu, es también sede del amor sentido humanamente: del afecto.
Más adelante en el Sermón veremos cómo Bernardo resuelve el aparente conflicto
que le presenta una oposición –como veremos, no sólo irreal sino infecunda y
engañosa- entre el afecto y la fe.
C-
Amistad
Scitis, o filii, quam intus sit dolor meus, quam
dolenda plaga mea. Cernitis nempe quam
fidus comes deseruit me in via hac qua ambulabam, quam vigil ad curam,
quam non segnis ad opus, quamsuavis ad mores. Quis ita mihi pernecessarius? Cui ego aeque dilectus? Frater erat
genere, sed religione germanior.Dolete, quaeso, vicem meam vos, quibus haec
nota sunt. Infirmus coprore eran, et ille protabat me; pusillus corde eran,
et confortabat me; piger et negligens, et excitabat me; improvidus et
obliviousus, et commonebat me. Quo mihi avalsus est? Quo mihi raptus e
manibus, homo unanimis, homo secundum
cor meum? Amavimus nos in vita; quomodo
in norte sumus separati?[13]
(…)
O virum industrium! O amicum fidelem! Et amico gerebat
morem, et officiis caritatis non deerat. (…) Gratias tibi frater, de omni fructu meorum, si quis est, in Domino
studiorum! Tibi debeo si profeci, si
profui. (…) Cur enim
securus intus non essem, cum te scirem agentem foris, manum dexteram
meam,lumen oculorum meorum, pectus meum et linguam meam? [14]
|
Sabéis, hijos
míos, qué profundo es mi dolor, qué dolorosa mi herida. Os percatáis
claramente qué compañero tan fiel
me ha abandonado en el camino por el que avanzaba, qué administrador tan
sagaz, tan entregado a su trabajo y tan agradable en el trato. ¿No era él mi amigo más íntimo y yo su
predilecto? Era hermano de sangre, pero más aún como monje. Lamentad, por
favor, mi suerte, vosotros que sabéis todo esto. En mi debilidad, él me
llevaba. En mis cobardías él me animaba; en mi dejadez y negligencia él me
estimulaba; en mis descuidos y olvidos él me lo advertía. ¿Por qué me lo han
arrebatado? ¿Por qué me han llevado de las manos a este hombre tan idéntico a mí,
un hombre que era según mi corazón?
Nos hemos amado tanto en la vida ¿y ahora nos separa la muerte?
(…)
¡Qué hombre tan
eficiente! ¡Qué amigo tan fiel! Se
las arreglaba para satisfacer al amigo en sus gustos, sin quebrantar los
deberes de la caridad. (…) ¡Gracias a ti, hermano mío, por todo el éxito de
mis empresas, si hubo alguno! Si hice el bien o me he santificado, a ti te lo
debo. (…) ¿Cómo no iba a estar interiormente tranquilo, sabiendo que te
ocupabas de lo material, si tú eras mi mano derecha, la luz de mis ojos, mi
corazón y mi boca?
|
Amistad espiritual, pues, cuyas características aparecen con
claridad en este texto:
1-
Amor
de intimidad y predilección mutuos.
2-
Sintonía
de ánimo, de corazón.
3-
Vida
y/o misión, en mayor o menor medida común.
4-
Que
no contradice antes alienta la caridad.
5-
Que
ayuda al otro en la santificación y constituye un estímulo de fecundidad humana
y espiritual.
En ello nos detendremos mayormente en el apartado dedicado a
la «Amistad espiritual».
I-
Contenido y
circunstancias del Sermón 26.
Partes
del Sermón
A la muerte del mejor amigo, su
hermano Gerardo, Bernardo interrumpe su comentario al Cantar para desahogar su
tristeza. Mientras entre lamentos describe la amistad que los unía y hace una
bella semblanza humana y espiritual de Gerardo, enfrenta en su interior las
preguntas que el desbordamiento del afecto herido le suscitan. Se pregunta por
el sentido de esta muerte, por la licitud de una tal expresión de dolor en un
hombre de fe, por la naturaleza de su afecto y su justificación y por la
actitud de fe que ahora le corresponde. El resultado es el fruto de la
experiencia: el maestro convertido en testigo, la vida imprimiendo en su
persona cuanto ha escrito, y escribirá aún, para sí y para los demás, en los
demás Sermones.
Podríamos dividir el Sermón en estas
partes:
Bernardo retoma cuanto venía
comentando sobre el Cantar. De hecho
comienza el comentario del versículo: «Como las tiendas de Cadar, como los
pabellones de Salomón». Su desgana y tristeza se hacen progresivamente
manifiestas: «Presiento algo tan sublime y sagrado, envuelto por esas tiendas,
que de ningún modo me atrevería a tocarlo ni levemente (… ) por tanto, me
abstengo de ello y lo dejo…» Les invita a rezar para que más ágiles y confiados
vuelvan a tratar el tema más adelante, y termina por explotar: « por otra
parte, yo no puedo continuar el tema por la tristeza que me domina y la
desgracia que me ha sobrevenido».
A partir de aquí, con el corazón
abierto y en la mano, habla Bernardo.
En esta segunda parte,
Bernardo explica a los monjes sus compañeros lo que ha venido sintiendo y
experimentando en su interior desde la muerte de Gerardo. La tristeza que le abruma,
la lucha que entabló con sus sentimientos para no dejarles salir, la naturaleza
del vínculo que lo unía con su hermano y que justifica el desbordamiento de su
dolor. Alterna en su descripción el diálogo con sus hijos, los monjes, y con
Gerardo, en la otra vida.
Esto lo analizaremos en los
siguientes apartados.
Bernardo retoma su
relato, sus recuerdos sobre su hermano, esta vez describiendo la muerte
edificante y las últimas palabras de Gerardo. Esto le da pie para cuestionarse
nuevamente sobre la licitud de su propio llanto.
Lo analizaremos en el apartado de «Creer
con todo el corazón».
II-
Amistad
espiritual con Gerardo.
A- Qué es la amistad espiritual.
Francisco
de Sales, en su libro Filotea, dedica
un capítulo a la amistad[20].
Su exposición sencilla responde no tan sólo a sus reconocidas cualidades como
teólogo y pedagogo de la fe, sino radica en su propia experiencia.
Para
el obispo de Annecy, la amistad es el amor más peligroso, pues si bien los
demás amores podrían no comunicarse, la amistad es sustancialmente
comunicación, y es “imposible que la amistad no nos haga partícipes de las
cualidades de la persona amada”. El amor y la amistad no son lo mismo, pues no
todos los amores pueden llamarse amistad: o porque se ama sin ser
correspondidos, o porque aunque sea correspondido las dos partes no lo saben,
no puede llamarse amistad; además, deben tener algún bien en común para que
pueda considerarse tal. Mejores serán los bienes compartidos, mejor será la
amistad. Si es el amor de Dios el que se comparte, la amistad se llamará
espiritual:
¡Oh, Filotea!, ama a todo el mundo con
amor de caridad, pero no tengas amistad sino con aquellos que pueden comunicar
contigo cosas virtuosas; y cuanto m´as exquisitas sean las virtudes, más
perfecta será la amistad[21].
Este
intercambio de bienes puede darse en el campo de las ciencias, y la amistad
será laudable, o de las virtudes, y lo será aún más,
Pero, si vuestra mutua y recíproca
comunicación es acerca de la caridad, de la devoción, de la perfección
cristiana, ¡oh Dios mío!, qué preciosa será esta amistad. Será excelente,
porque vendrá de Dios; excelente, porque tenderá a Dios; excelente, porque
durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno es amar en la tierra como se ama en el
cielo y aprender a amarse los unos a los otros, en este mundo, de la misma
manera que nos amaremos eternamente en el otro![22]
Y a renglón seguido, el santo obispo
describe la amistad espiritual:
¡Qué bueno es amar en la tierra como se ama
en el cielo y aprender a amarse los unos a los otros, en este mundo, de la
misma manera que nos amaremos eternamente en el otro! No hablo ahora del simple
amor de caridad, porque esta virtud hemos de tenerla con respecto a todos los
hombres; sino que hablo de la amistad espiritual, por la que dos, o tres o más almas
se comunican su devoción, sus afectos espirituales, y forman como un solo
espíritu. Con cuánta razón pueden cantar estas bienaventuradas almas: “¡Oh, cuán
bueno y agradable es el que los hermanos vivan unidos!” Sí, porque el bálsamo
delicioso de la devoción destila de un corazón a otro por una continua
participación, de suerte que se puede afirmar que Dios hace mover sobre esta
amistad su bendición y la vida por los siglos de los siglos. Me parece que
todas las demás amistades no son sino sombras, en comparación de aquélla, y que
sus lazos no son más que cadenas de vidrio, en comparación con este gran vínculo
de la santa devoción, todo él de oro[23].
B-
La amistad espiritual entre Bernardo y Gerardo
Bernardo y Gerardo, hermanos de
sangre y de religión, vivieron una auténtica amistad espiritual cuyas
características –como vimos al analizar el vocabulario- aparecen con claridad
en el Sermón 26:
1-
Amor
de intimidad y predilección mutuos.
2-
Sintonía
de ánimo, de corazón.
3-
Vida
y/o misión, en mayor o menor medida común.
4-
Que
no contradice antes alienta la caridad.
5-
Que
ayuda al otro en la santificación y constituye un estímulo de fecundidad humana
y espiritual.
6-
Amor
sensible, que sufre la ausencia y pena por el amigo.
Algunas de estas
características las encontramos y destacamos en los textos citados precedentemente.
Más adelante en el Sermón 26, Bernardo insiste en considerar «amistad» la
relación con su hermano. No utiliza con frecuencia la palabra «amigo», pero sí describe
una y otra vez la relación entre los dos, con términos con los que los autores
espirituales de todos los siglos han aplicado a la amistad espiritual:
Mi alma se encariñó de la suya: y de las
dos hizo una sola, no la consanguinidad, sino la unanimidad. Es cierto que
estuvo presente el parentesco carnal; pero nos unió más la afinidad de
espíritus, la comunión de almas, la identidad de vida. Como éramos un solo
corazón y una sola alma, la espada nos atravesó a los dos el alma, y
hendiéndola por la mitad, una parte se la llevó al cielo y la otra la abandonó
en el cieno[24].
Un solo corazón y una
sola alma. Unanimidad expresada en afinidad de espíritus, comunión de almas,
identidad de vida. Explota aquí de nuevo su sentimiento y añade Bernardo:
Yo, yo soy esa parte que yace en el
barro, arrancado de la otra parte suya y además la mejor. ¿Y me dicen: «no
llores»? Me han arrancado a mis mismas entrañas y me dicen: «¿Te duele?» Sí que
me duele, me duele aún a mi pesar, porque mi resistencia no es la de una
piedra, ni mi carne es de bronce; lo siento intensamente y me duele, y mi pena
no se aparta de mí[25].
El dolor por la ausencia
del amigo es propio de la amistad espiritual, cuánto más si se trata de la
ausencia definitiva en esta tierra provocada por la muerte. Basta recorrer
ejemplos elocuentes en la historia de la Iglesia como Gregorio Nacianceno y
Basilio Magno o cuanto trasluce el epistolario de Francisco de Sales y Juana de
Chantal, Jordán de Sajonia y Diana d´Andalo; Enrique de Nordlingen y Margarita
Ebner, entre otros.
III-
El llanto.
A-
Juicio sobre los propios afectos
Bernardo
ha vuelto los ojos hacia su corazón. No por un impulso racional, sino por
exigencias del mismo corazón abrumado de dolor. Ha llegado un momento en que no
ha podido más. Y no tiene más remedio que detenerse, dejar de disimular[26] y afrontar su situación. «Mientras
todos lloraban- escribe- pudisteis observar que yo, resecos mis ojos, seguía el
funeral sin verlo y permanecí en pie junto al sepulcro sin derramar una
lágrima…»[27]
Trata
de exigirse a sí mismo «no entregarse con exceso al llanto, por muy conmovido y
triste que se sintiera», y aunque logra contener las lágrimas, no por ello
logra vencer la tristeza. Más bien, lo reconoce, es vencido por ella:
Pero el dolor reprimido echó raíces más
profundas en mi interior; y yo creo que se intensificó más, por no haberle
autorizado su desahogo. Lo confieso: me venció. Debe salir afuera lo que sufro
dentro. Sí, brote mi llanto en presencia de mis hijos que, conociendo mi
disgusto, consideran que lo más humano son las lágrimas, y me consolarán más
entrañablemente[28].
Bernardo ha dado aquí
importantes pasos adelante, mayormente importantes cuanto que lo hace
conscientemente: aceptar que sufre, reconocer que sufrir es humano, y aceptar
ser consolado. Al considerar la separación, imagina a Gerardo transfigurado
también en sus afectos y por tanto, amando sin sufrir, pero compadeciéndose de
su dolor:
Por lo demás, estar unido al Señor es
ser un Espíritu con él; todo queda transformado en cierto afecto divino; lleno
ya de Dios, no se puede sentir o saborear sino a Dios y lo que Dios siente y
saborea. Dios es amor, y cuanto más unido se está a Dios, tanto más lleno de él
se vive. Ciertamente Dios es impasible, pero no deja de ser compasivo y siempre
inclinado a compadecerse y perdonar. Por tanto, necesariamente serás
misericordioso unido a su misericordia, aunque ya has superado toda miseria; ya
no padeces, pero te compadeces. Porque tu afecto no ha menguado, se ha
transformado. Ni cuando te revestiste de Dios te despojaste de tu solicitud por
nosotros: y a él le interesa nuestro bien. Perdiste la debilidad, pero no la
ternura. El amor no falla nunca: no te olvidarás jamás de mí[29].
A la compasión de su
hermano –que le escucha desde el cielo-, solicita se una la condescendencia de
los monjes, «y que el espiritual soporte mis lamentos con mucha delicadeza». Es
aquí donde analiza la naturaleza de su afecto y se pregunta sobre su licitud.
De hecho, pide a sus hijos espirituales que califiquen su llanto «con afecto
humano, no como algo vulgar».
Comenta que todos los
días se ve a los muertos- en el espíritu- llorar a sus muertos –los difuntos-,
y este llanto no trae fruto para la vida eterna.
No censuramos el afecto sino cuando es
excesivo –aclara-, o la causa de esos llantos. Lo primero es totalmente natural,
y su desequilibrio es consecuencia del pecado, lo segundo es vacío y pecado.
Porque si no me engaño, allí sólo se llora la privación de la gloria carnal y
la desgracia para esta vida presente. Hay que llorar por los que así lloran.
¿Será este mi caso? Mi afecto sí es semejante pero la causa y la intención son
distintas. Porque yo no me lamento por la pérdida de la gloria mundana, sino
por los intereses de Dios, para los que he perdido un fiel auxiliar y un
perfecto consejero[30].
La sinceridad de Bernardo,
con la que se ha propuesto hablar dando rienda suelta a cuanto experimenta
desde el fondo de su corazón, le induce a aclarar: «Lloro a Gerardo, el motivo
es Gerardo, hermano mío carnal, pero muy íntimo en el espíritu y compañero de
mis gestiones»[31].
Reconozco mi afecto, no lo niego. Para
más de uno será carnal. No niego que sea humano, ni que soy un hombre. Y si eso
no convence, tampoco negaré que es carnal. Porque también yo soy carnal,
vendido como esclavo al pecado, ligado a la muerte, sujeto a muchas penas y
miserias. No soy insensible al sufrimiento; lo confieso: me horroriza mi muerte
y la de los míos. Gerardo era mío, plenamente mío. ¿Acaso podía no ser mío, si
fue hermano mío por su sangre, hijo mío por su profesión, padre mío por su
solicitud, consorte mío por su espíritu, íntimo mío por su afecto? Y me ha
dejado: lo siento, estoy herido, y gravemente[32].
Ante sí reconoce, pues,
el corazón herido que sufre y llora por la muerte de su hermano, por la
ausencia del amado. Al contemplar la muerte de Gerardo, la esperanza despierta
y, es tal su certeza de la gloria y felicidad que su hermano goza en el cielo,
que confiesa: «lloraré pues, por mí, porque la razón me impide llorar por él»[33].
Lloro en primer lugar por mi propia
herida y por el vacío que deja en nuestra casa, lloro también por los pobres
necesitados, para quienes Gerardo era su padre; lloro asimismo por toda nuestra
Orden e institución, porque de tu celo, Gerardo, de tu consejo y de tu ejemplo
recibía alientos, y no insignificantes; lloro, por fin, no por ti, pero sí por
causa tuya. Esto sobre todo, esto es lo que me afecta seriamente, porque amo
apasionadamente. Y que nadie me zahiera, diciendo que no debe afectarme…[34]
B- Fe y afectos.
…Y que nadie me zahiera, diciendo que no
debe afectarme, cuando el bondadoso Samuel por el rey réprobo y el entrañable
David por su hijo parricida dieron rienda suelta a su afectividad, y no
injuriaron por eso a su fe ni ultrajaron el juicio divino. (…) También el
Salvador, al ver la ciudad de Jerusalén, previendo su destrucción total, lloró
por ella[35].
Con mayor razón, si aquel
por quien se llora es alguien como
Gerardo. Al analizar el motivo de su llanto, Bernardo lo encuentra
justificado. David lloró también a Jonatán y el mismo Jesús lloró a Lázaro:
No reprendió a los que lloraban, ni
prohibió el llanto, es más, lloró con lo que lloraban. Y Jesús se echó a llorar. Aquellas lágrimas fueron testigos de su
naturaleza, no signos de desconfianza. Inmediatamente su palabra hizo salir al
muerto. Y de este modo no puedes deducir que el dolor de su afecto fuese una
prevención contra la fe. Tampoco nuestro llanto es signo de infidelidad sino
una prueba de nuestra condición. Si lloro al estar herido, no acuso al
causante, sino que provoco su compasión y me empeño en quebrar la severidad.
Hasta las palabras van henchidas de dolor, pero no de murmuración[36].
Es decir… que si se
lamenta no por ello ofende a Dios, a quien, en efecto, Bernardo considera
causante de su dolor. Constantemente a lo largo del Sermón alude al hecho de
que su hermano «le ha sido arrebatado» , que el dolor que sufre le ha
sobrevenido a causa de sus pecados. «¿Acaso no he demostrado así que desborda
justicia, pues con una sola sentencia castiga al que debe y corona al que lo
merece?»[37]
Se había violentado,
decía Bernardo al inicio del Sermón, procurando evitar mostrar su dolor, «para
no dar la impresión de que el afecto era superior a la fe». Escondía, pues, en
sí el temor de que pudiera haber algo contrario, alguna mengua a la virtud, en
sufrir como sufría.
Yo luchaba con todas mis fuerzas entre
la fe y el afecto, esforzándome, aún a pesar mío, para no dejarme arrastrar
inútilmente, abandonándome a mis sentimientos naturales, al tributo universal,
a la inexorable condición humana, a la decisión del Poderoso, al juicio del
Justo, al azote del Terrible, a la voluntad del Señor[38].
Ahora, sin embargo, al
acercarse a la conclusión del Sermón, su alma se ha serenado, su corazón se ha
reconciliado, su voluntad está mucho más firme y serenamente adherida a la
voluntad de Dios, su humanidad se ha identificado con la divino-humanidad del
Salvador y ha encontrado en Jesucristo el modelo y el camino para regresar al
Padre. Hasta su manera de aludir a Dios ha cambiado, y de la Justicia terrible
del Poderoso, ha pasado a hablar de compasión, de misericordia, de rectitud y
de bondad:
¿Acaso no he demostrado así que desborda
justicia, pues con una sola sentencia castiga al que debe y corona al que lo
merece? Añado algo más: ambas cosas las hizo perfectamente el Señor entrañable
y recto. Voy a cantar tu bondad y tu justicia, Señor. Que te cante tu
misericordia, la que mostraste a tu siervo Gerardo, y te cante también tu
justicia, porque nosotros cargamos con tu sanción. Por ambas cosas te alabaré:
por tu bondad y por tu justicia[39].
IV-
Creer con todo el corazón
Su fe, como hemos visto,
se ha purificado, se ha fortalecido. Es ahora, y sólo ahora que ha llorado, que
se ha descubierto hombre, cuando es capaz de abrazar la muerte de su hermano
con verdadera fe. Sólo ahora, cuando la contempla desde el corazón, es decir,
desde lo más profundo de su humanidad cristificada, desde el espíritu que lo
habita. No sólo los afectos no se han demostrado contrarios a la fe, sino que
han servido de canal y de medio indispensable para su santificación. Y
viceversa, la fe así adquirida, a su vez se ha convertido en consuelo para el
corazón, en fuente de nuevos afectos. Afectos profundamente espirituales, los
más altos, tales como son la gratitud y la alabanza divina:
¿Es que sólo es laudable la bondad?
También la justicia. Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Tú nos
diste a Gerardo y tú nos lo quitaste. Si nos duele que nos lo hayas llevado,
tampoco olvidamos que nos lo diste, y damos gracias porque merecimos tenerlo
con nosotros; aceptamos su ausencia porque nos conviene. Recordaré, ahora,
Señor, mi pacto y tu compasión, para que aparezcas justo en cuanto dices y
salgas victorioso en los juicios que de ti se forman…[40]
Y explica Bernardo algo
que no sabíamos hasta ahora: Gerardo estuvo a punto de morir el año anterior, estando
en Italia, «cuando estábamos en Viterbo, defendiendo la Iglesia». Parecía
inminente su muerte y Bernardo suplicó a Dios, con lágrimas y gemidos, que se
lo dejara aún y que esperara a que regresaran. «Llévatelo entonces que yo no me
quejaré».
Y tú, Dios mío, me escuchaste. Mejoró,
terminamos la obra que tú nos encargaste y regresamos alegres, llevando las
gavillas de la paz. Yo casi olvidé tu pacto; pero tú no. Me avergüenzo de estos
lamentos que me echan en cara mi prevaricación. ¿Qué más puedo decir?
Reclamaste tu derecho, recibiste lo tuyo. Las lágrimas exigen que termine; tú,
Señor, indicarás cómo y cuándo dejaré de derramarlas[41].
Aquí ahora Bernardo ha
llegado al culmen de la experiencia espiritual de la pérdida del amigo. Aquí su
vida y su dolor dan a Dios toda la gloria que merece, sin que su humanidad haya
de violentarse, ni mengüe el dolor que por la condición del hombre es
debido. No dice Bernardo: «ahora dejo de
llorar», pues sabe que no puede. Pero se ha puesto en las manos bondadosas de
Dios y culmina con todo el corazón dejando a Su cuidado de Padre providente el
tiempo en que dejará de derramarlas. Ahora sí puede disponerse a seguir
predicando. Y así lo hará en el Sermón 27, como explica en el primer párrafo…
…pues no es de sensatos llorar
excesivamente al que ya habita en el gozo, y es inoportuno turbar con mis
lágrimas al que ya está sentado en el banquete. Y si lamentamos nuestra propia
desgracia, tampoco debemos insistir demasiado, para no dar motivo a pensar que
nuestro interés por sus servicios superaba nuestro amor hacia él. Que la
felicidad del amado nos serene a nosotros, abatidos en nuestra desolación, y
toleremos mejor su ausencia porque está con Dios[42].
Conclusión
La generación de nuestro tiempo sigue a los testigos más que
a los maestros. Este capítulo del Comentario al Cantar de los Cantares de San
Bernardo, nos ha introducido en el corazón del Maestro y nos lo ha hecho
descubrir Testigo. Hemos conocido al hombre, y hemos descubierto al santo. Y su
vivencia espiritual nos ha interpelado directamente, personalmente. Esto se ha
hecho posible solamente gracias a que el mismo Bernardo entró dentro de sí
mismo, recogiéndose en su interior se conoció y saliendo de sí, se reveló;
dicho de otra manera, habiéndose encontrado a sí mismo salió al encuentro de
los demás y de Dios.
Por
este motivo el Sermón 26 me parece una joya en el conjunto de los Sermones del
Comentario al Cantar de los Cantares. Esconde la experiencia hecha vida del
crecimiento espiritual de quien trata, en el conjunto de los sermones, de poner
en palabras la relación esponsal del alma con Dios. En este sermón, el mismo
autor se descubre esa «esposa», al mismo tiempo buscador en la fe y en la
esperanza, y alcanzado por un Dios que se le ha revelado a través de una
circunstancia, si bien dolorosa, plenamente pascual. La vida espiritual es eso,
vida. Vida en el Espíritu. Vida cristiana. La teología espiritual estudia la
experiencia vivida de los santos, buscando hallar las constancias, los
dinamismos de la santificación del cristiano. Este Sermón muestra cómo la
vivencia afectiva del creyente es experiencia espiritual si el hombre se eleva
desde ella a Dios, o permite que Dios, más bien, le alcance en la médula de la
misma. Que los afectos son canal y espacio de evangelización para el hombre.
Que no puede haber verdadera santificación, si no es la presencia de Dios desde
el fondo del hombre, el Espíritu desde el interior, quien transforma y
cristifica.
María de los Ángeles Conde Pons
Roma, 3 de mayo de 2016
[1]Cfr. Juan
María de la Torre, «Experiencia cristiana y expresión estética»,
introducción en Obras completas de San
Bernardo. Edición bilingüe, promovida por la Conferencia Regional Española de Abades Cistercienses, vol.
V.: Sermones sobre el Cantar de los
Cantares, edición preparada por los Monjes
Cistercienses de España, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid: 1987,
10.
[2]
Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 10-11.
[3]
Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 11.
[4]
Cfr. Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 11.
[5]
Cfr. Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 14.
[6]
Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 14.
[7]
Cfr. Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 16-17.
[8]
Cfr. Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 18-19.
[9]
Cfr. Juan María de la Torre, «Experiencia
cristiana y expresión estética»… 24.
[10]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 26»,
en Obras completas de San Bernardo.
Edición bilingüe, promovida por la Conferencia
Regional Española de Abades Cistercienses, vol. V.: Sermones sobre el Cantar de los Cantares, edición preparada por los
Monjes Cistercienses de España,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid: 1987, II,3. He optado en este trabajo
por no citar páginas sino la numeración dada a los párrafos del Sermón, de modo
que pueda fácilmente identificarse en cualquiera de las ediciones.
[11] Catecismo 2563.
[12]
II,3.
[13]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 26»…
II,4.
[14]
Ibídem, IV.
[16]
Cfr. Ibídem, II, 3 a V,7.
[18]
Cfr. Ibídem, VII, 11-12.
[19]
Cfr. Ibídem, VIII, 14.
[20]
Cfr. Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, o Filotea,
III, 17-20.
[21]
Francisco de Sales, Filotea, III, 19, http://www.dfists.ua.es/~gil/intro-vida-devota.pdf
[19/V/2016].
[22]
Ibídem.
[25]
Ibídem.
[28]
Ibídem.
[30] Ibídem, VI, 8.
[31] Ibídem, VI, 8.
[33]
Ibídem, VII,11.
[34]
Ibídem, VIII, 12.
[35]
Ibídem, VIII, 12.
[36]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 26»…
VIII, 12.
[37]
Ibídem, VIII, 13.
[38]
Ibídem, II, 3.
[39]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 26»…
VIII, 13.
[40]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 26»…
VIII, 14.
[41]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 26»…
VIII,14.
[42]
Bernardo de Clairvaux, «Sermón 27»…
I, 2.
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