EL CORAZÓN DE LA LITURGIA: EL TRIDUO PASCUAL
La
Instrucción Musicam Sacram[1], nos dice: “En particular solemnícense los
sagrados ritos de la Semana Santa;
mediante la celebración del Misterio Pascual los fieles son conducidos como al
corazón del año litúrgico y de la
Liturgia misma” (MS 44).
El
Triduo Pascual celebra el Misterio de nuestra salvación con la muerte,
sepultura y resurrección del Señor. En estos días santos la oración litúrgica,
expresada a través del canto y de la música, pasan del gozo de la última Cena,
de la nostalgia de la despedida, al dolor del abandono y del sufrimiento, del
Misterio de la Cruz,
para pasar, desde el silencio del Sepulcro, al estallido del gozo en la Gloria de la Resurrección
celebrada en la noche del Sábado Santo[2].
El
Viernes Santo es el día que está centrado en la celebración de la gloriosa
Pasión de Cristo, cuyo símbolo es la Cruz.
En la Pasión
y la Cruz
culmina la vida de Jesús. Jesús muere, y con su muerte nos abre el camino hacia
la comunión con el Padre. El oficio de las lecturas, la adoración de la Cruz y la comunión de este
día nos presentan el amor del Padre entregando al Hijo, la muerte del Justo,
que se entrega por amor y que es exaltado por Dios hasta la gloria[3].
Todo
en la solemne celebración litúrgica de este día Santo, nos recuerda la muerte
de Jesús, expresión máxima de su amor. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin
velas ni adornos. El silencio impresionante con que empieza es expresión de la
sobriedad, propia de este día. Los ministros entran en silencio, sin cantos y
se postran ante el altar desnudo como imagen de la humanidad caída y al mismo
tiempo penitente que implora misericordia y perdón por sus pecados. Las
vestiduras litúrgicas son rojas, color de los mártires, Cristo es el primer
testigo del amor del Padre, y de todos aquellos que como Él dieron y siguen
dando hoy su vida por amor al Evangelio.
Hay
una primera parte que es la celebración de la Palabra, centro de la Liturgia de este día,
cuyas lecturas nos centran en la
Pasión y muerte de Jesucristo, siervo de Dios, que se pone y
abandona en las manos del Padre, por quien se entrega a los suyos por amor. Una
muerte abierta a la glorificación.
Tras
la Palabra
pasamos a la adoración de la
Santa Cruz, una acción simbólica y muy expresiva en la que se
nos presenta solemnemente la Cruz,
donde Cristo gana para nosotros la vida y el Espíritu vivificante que nos
entrega[4]. Y a la
Santa Cruz nos acercamos en procesión para
venerarla, cantando las alabanzas a ese Cristo que da su vida por amor.
En
los días del Triduo Pascual, la música sacra tiene un papel fundamental, ya que
acompaña los ritos y símbolos de la semana más importante del año para nosotros.
Gracias a la musicalización que han hecho autores de todos los tiempos a himnos
y secuencias, es que hoy podemos deleitarnos con piezas que engrandecen y
embellecen aún más el Misterio de nuestra Redención, no dejándonos indiferentes
sino que nos abren los ojos y el corazón para ver la irrupción de Dios en
nuestra vida.
Pero
tenemos que tener muy en cuenta lo que la Instrucción Musicam Sacram[5] nos dice sobre la música sagrada instrumental,
que aún siendo de gran utilidad en las celebraciones sagradas, porque puede
aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar las
almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales (MS 62), se utilizará de
forma que responda a las exigencias de la acción litúrgica que se celebra,
sirviendo a la belleza del culto y a la edificación de los fieles (MS 63). De
modo, que jamás cubra las voces del canto ni dificulte la comprensión del texto
(MS 64). Por eso, en estos días Santos, no se autoriza el sonido solo de los
instrumentos musicales (MS 66), porque nada nos puede distraer de lo que Dios
nos dice en su Palabra, que es un canto de amor para nosotros. Su Palabra que
es amor, es el centro, la esencia de la Liturgia en este Triduo Pascual.
IMPROPERIOS
o
ANÁLISIS DEL
TEXTO
Entre
los cantos que se utilizan para adorar la Santa
Cruz en la
Liturgia del Oficio del Viernes Santo están, entre otros, los
Improperios. No se ha determinado la fecha exacta de su aparición en la Liturgia.
Referencias concretas se encuentran en los documentos de los siglos IX y X, e
incluso existen vestigios en manuscritos de una fecha mucho más temprana. En su
obra De antiquâ ecclesiæ disciplinâ, Martène
(c. XXIII) ofrece una serie de Ordines
fragmentarias, algunas de las cuales se remontan hasta el 600. Muchas otras mencionan
los Improperios[6].
Los
Improperios son versos de una belleza incalculable, que cantan los reproches o
las quejas que, en esta emocionante ceremonia, la Iglesia pone en los labios
del Salvador inocente contra su pueblo Israel. Nos descubren un bello canto de
amor, la más bella declaración de amor de Dios por su pueblo, que en recompensa
por todos los favores divinos y en particular por la liberación de la esclavitud de Egipto hacia la Tierra Prometida,
le infligieron las ignominias de la Pasión y una muerte en
cruz. Nos hacen así, recorrer la historia de la infidelidad humana al designio
divino, que sin embargo se realizará precisamente de este modo[7].
Estas
conmovedoras quejas de un Dios sufriente, que se vuelca en amor por todos los
hombres, son interpretadas por el coro durante la adoración de la Cruz, y hacen nacer en
nuestra alma vivos sentimientos de compunción y compasión.
Dios
y su pueblo elegido son los protagonistas de este canto. Un canto en el
que se entrelazan el Antiguo y Nuevo
Testamento, la historia de salvación del pueblo de Israel y la pasión de
Cristo, que nos revela el amor del Padre y la ingrata respuesta de su pueblo a
todos los prodigios de amor que ha hecho por él. En este pueblo elegido está
representada toda la humanidad.
Al
analizar el texto podemos encontrar partes distintas. La primera parte consta
de tres reproches, a saber: Quia eduxi te
de terra Aegypti (Ex 20,2; Dt 5,6); Quia
eduxi te per desertum (Dt 8,1-20) y
Quid ultra debui facere tibi, et non feci? (Is 5,4; Jr 2,21). El primer
reproche lo encabeza el Popule meus ( Miq 6,3), el interrogante doloroso que Dios plantea a su pueblo:
Interrogante que el pueblo solo es capaz de responder en forma de oración, con
la que, finalmente, reconoce a su Dios y Señor, Fuerte e Inmortal, que le ha
guiado con inmenso amor, en medio de asombrosos prodigios, para recibir en pago
la ingratitud de la Cruz.
Por eso, ruega misericordia. Es el Trisagion, oración proveniente de la Liturgia bizantina, que
cobra protagonismo dándole voz a un pueblo arrepentido. Es interpretado por el
coro que lo canta, intercalándolo después de cada uno de estos tres reproches en
las lenguas latina y griega. La Iglesia de Oriente y
Occidente se unen en esta alabanza a Dios.
La
segunda parte contiene nueve reproches. Cada uno de ellos es un verso tomado de
las Escrituras
y seguido en cada caso por el Popule meus
como una especie de estribillo. Qué grande es el amor que Dios tiene a su
pueblo, el amor que tiene a toda la humanidad. A pesar de todo, no deja de
llamarnos pueblo suyo, no se cansa de repetírnoslo, pues solo quiere que
volvamos a Él y lo confesemos como a nuestro Dios y Señor. Por eso, cuando vamos en procesión para adorar
la Cruz, salimos
de nuestro sitio, de nosotros mismos, y arrepentidos caminamos a su encuentro,
volvemos a Él nuestra mirada y nuestro corazón pidiendo perdón y misericordia.
Como pueblo de Dios, nuestra única respuesta ante Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, es nuestro beso
silencioso a sus pies, que cada uno de nosotros le damos, como signo de nuestro
amor por Él.
I parte
Popule meus, quid
feci tibi?
Aut in quo contristavi te? Responde mihi. Quia eduxi te de terra Aegypti: parasti Crucem Salvatori tuo. Agios, o Theos. Sanctus Deus. Agios ischyros. Sanctus fortis. Agios athanatos, eleison imas. Sanctus et immortalis, miserere nobis.
Quia eduxi te per desertum
quadraginta annis, et manna cibavi te, et introduxi in terram satis optimam: parasti Crucem Salvatori tuo. Agios o Theos...
Quid ultra debui
facere tibi,
Et non feci?
Ego quidem plantavi
te vineam
Electam meam
speciosisiman;
Et tu facta est mihi
nimis amara,
A ceto namque sitim
meam potasti:
Et láncea perforaste
latus Salvatori tuo.
Agios o Theos…
II parte
Ego proper te flagellavi Aegyptum cum primogeniti suis: et tu me flagellatum tradidisti. Popule meus... Ego te eduxi de Aegypto, demerso Pharaone in mare rubrum: et tu me tradidisti principibus sacerdotum. Popule meus... Ego ante te aperui mare: te tu aperuisti lancea latus meum. Popule meus... Ego ante te praeivi in columna nubis: et tu me duxisti ad praetorium Pilati. Popule meus... |
¡Pueblo mío!, ¿qué te he hecho?
¿En qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te saqué de Egipto; tú preparaste
una cruz para tu
Salvador.
Santo es Dios,
Santo es Dios, Santo y fuerte, Santo y fuerte, Santo e inmortal, ten piedad de nosotros, Santo e inmortal, ten piedad de nosotros. Yo te guié cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná,
te introduje en una tierra excelente;
tú preparaste una cruz para tu Salvador.
Santo es Dios… ¿Qué más pude hacer por ti?
Yo te planté como
viña mía,
escogida y
hermosa.
¡Qué amarga te
has vuelto conmigo!
para mi sed me
diste vinagre,
con la lanza
traspasaste el costado
a tu Salvador.
Santo es Dios…
Yo por ti azoté a
Egipto y a sus primogénitos; tú me entregaste para que me azotaran.
¡Pueblo mío!...
Yo te saqué de Egipto, sumergiendo al Faraón en el Mar Rojo;
tú me entregaste
a los sumos sacerdotes.
¡Pueblo mío!...
Yo abrí el mar
delante de ti;
tú con la lanza
abriste mi costado.
¡Pueblo mío!...
Yo te guiaba como
una columna de nubes; tú me guiaste al pretorio de Pilato.
¡Pueblo mío!... |
Ego
te pavi manna per desertum: Yo te sustenté con maná en el desierto;
et tu me cecidisti alapis et flagellis. tú me abofeteaste y me azotaste.
Popule meus... ¡Pueblo mío!...
Ego te potavi aqua salutis de
petra: Yo te di a beber el agua salvadora que brotó
de
et tu me potasti felle et aceto. la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre.
Popule meus... ¡Pueblo mío!...
Ego propter te Chananaeorum Yo por ti herí a los reyes cananeos;
reges percussi tú me heriste la cabeza con la caña.
et tu percussisti arundine caput meum.
Popule meus... ¡Pueblo mío!...
Ego dedi tibi sceptrum regale Yo te di un cetro real;
et tu dedisti capite meo tú me pusiste una
corona de espinas.
spineam coronam.
Popule meus... ¡Pueblo mío!...
Ego te exaltavi magna virtute Yo te levanté con gran poder;
et tu me suspendisti in
patíbulo crucis. tú me
colgaste del patíbulo de la
Cruz.
Popule meus... ¡Pueblo mío!...
A
continuación vamos a ver cómo la interpretación musical y el canto de estos
versos impactantes tocan nuestro corazón, ayudándonos a profundizar en el
sentido del texto sagrado que contienen.
o
GREGORIANO
La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la Liturgia romana; en
igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las
acciones litúrgicas[8]. Por eso, en nuestros
monasterios, el canto gregoriano ha sido, durante el largo curso de los siglos,
la base de nuestro Oficio Coral para rendir la más noble y digna alabanza a
Dios.
Los
Improperios interpretados en canto gregoriano, adquieren una sentida expresión,
propia del canto modal. El modo I, en el que se encuentra la partitura, nos
mueve a la oración profunda y recia, que busca, ante todo, entrar dentro de
cada palabra que se hace oración. Palabra de Dios, dirigida dolorosamente a su
pueblo. Palabra del pueblo de Dios, que, reconociendo la grandeza de su Dios,
pide la misericordia con un tono vivo y encendido. Así, la interpretación de
los Improperios en gregoriano se intercala en las voces de solitas y coros,
para hacer más realista y cercana la oración del Viernes Santo.
En
la primera parte, el Popule meus es
interpretado por dos cantores en medio del coro. Es la queja, la pregunta que
Dios hace a su pueblo elegido. Al mirar la partitura vemos que cuando se canta
“en qué te he ofendido”, aut in quo
contristávi te?, ese “qué”, quo,
sube a notas más altas y se alarga, se intensifica el tono del canto, lo que
hace resaltar su importancia. Es lo que Dios quiere saber de su pueblo: ¿en qué
le ha podido faltar?
Y
a continuación sigue uno de los tres reproches de esta primera parte. Son
versos sencillos y en ellos se contraponen las maravillas que Dios realiza con
su pueblo, sacándolo de la esclavitud de Egipto por el desierto, hacia la
libertad de la Tierra Prometida,
con las distintas escenas dolorosas de la Pasión de Cristo, desde su condena hasta su
crucifixión. Son cantados sucesivamente por los dos cantores.
Intercalando
estos reproches los dos coros responden alternativamente cantando el Trisagion, que es de una gran belleza.
Los dos coros representan el Popule meus de
Dios, que cuando cantan el Trisagion,
no hacen sino poner en boca del pueblo elegido su confesión de fe y amor a un
Dios que es Santo, Fuerte e Inmortal, al que llenos de compasión y compunción,
ruegan misericordia.
En
el pueblo de Dios está toda la humanidad, estamos cada uno de nosotros, y ante la Cruz, que en este día
veneramos como símbolo de esperanza de salvación, vemos un manantial de bienes
infinitos, pues nos sabemos liberados del error y de la oscuridad. Por eso
exultamos y prorrumpimos en este hermoso canto de alabanza a Dios, como es el Trisagion, como respuesta a los
reproches de Dios.
Si observamos una partitura podemos ver que “Dios”, Theós-Deus,
“Fuerte”, Ischyrós-Fortis, y sobre
todo “Inmortal”, Athánatos-Immortalis,
suben a notas más altas, alargándose en el tiempo, intensificando el canto y el
sentido profundo de lo que significa. Lo mismo vemos con “ten misericordia de
nosotros”, miserere nobis. El canto
gregoriano realza la palabra, y esta es una de sus características más
importantes.
o
DEL GREGORIANO A LA POLIFONÍA: TOMÁS LUIS DE
VICTORIA, EL MÚSICO DE DIOS[9].
Tomás
Luis de Victoria nació en Ávila (España) en 1548 y murió en Madrid el 20 de
agosto de 1611. Ávila es tierra de grandes santos como Santa Teresa de Jesús y
San Juan de Ávila, y no lo es menos nuestro sacerdote de Dios, compositor y
organista, Tomás Luis de Victoria, quien no solo fue uno de los más grandes
compositores españoles del renacimiento, sino una de las máximas figuras de la
música eclesiástica en la
Europa de su época.
En
su simplicidad austera, logra hacer vibrar lo más íntimo de nosotros mismos,
nuestro corazón. Tiene el poder especial de “conmover”, por eso el estilo de
Victoria nos atrae.
En
todas sus obras, Victoria, respetará siempre la estructura dramática de los
diálogos y de la narración de los textos, llevándolos así a la estructura
musical. Es, por tanto, el texto comentado musicalmente el que da forma a la forma de sus obras. Es la Palabra la que da forma a
su música. Y la polifonía es el lenguaje con el que da voz al texto, lo amplia,
lo comenta y lo interpreta.
El
Officium Hebdomadae Sanctae de 1585,
es su gran obra, en la que pone en
música todos los textos que conforman los Oficios de la Semana Santa, expresando de
manera radical el dolor y la compasión en la contemplación de la Pasión de Cristo, que es contemplada e
interpretada musicalmente: sus dieciocho Responsorios,
el Motete Vere languores y los
Improperios Popule Meus de la Feria Sexta y las Lecciones, todo el oficio en general, habla con una particular
capacidad para emocionar y para comunicar esta emoción. Por el affectus nos hace entrar en el Misterio.
El
Officium es una obra “vivida”, no
solo es un canto a un drama evangélico, pues Tomás Luis de Victoria
transformado espiritualmente en “hombre en Cristo” escribe al mismo tiempo su
propia pasión. Porque Victoria no es un mero espectador que desde fuera ve y
oye la obra. Sino que Victoria está dentro de la obra misma, es la obra, y en
ella el mundo sonoro se ve forzado a explicar el drama interior provocado por
la búsqueda de una transfiguración espiritual. Y a esto nos invita cada vez que
escuchamos sus obras. Porque la música de Victoria no es simplemente un
comentario de los textos sagrados. Su música es una actualización, es decir, se
identifica plenamente con el uso litúrgico que se hace de los textos de la Sagrada Escritura.
Y aquí está la fuerza “sacramental” de la música: hacer revivir aquello que nos
es narrado.
Cuando
el texto es cantado, musicalizado, la música (y Victoria lo hace
magistralmente), nos lleva a sentir aquellos momentos. Es decir, nos
transforma, nos lleva a través de una acción performativa a sentir dentro de
nosotros la experiencia del momento revivido. Así, la música recreada
interiormente penetra en nosotros haciendo vibrar una irrepetible emoción, que
en el caso de los Improperios, es la emoción del dolor contemplado, dolor
compasivo, que nos revela ya algo del Misterio, del amor de Dios por su pueblo,
por toda la humanidad, que le lleva a la Cruz.
La
música de Tomás Luis de Victoria tiene la finalidad, de elevarnos a la
contemplación “empática” de la
Pasión de Cristo, donde no hay lugar para la indiferencia. Y
lo podemos comprobar escuchando los Improperios.
Los
Improperios están cantados por un coro que entra a 4 voces, consiguiendo todas
las voces al unísono una excelsa
expresividad, lograda con sencillez y parvedad de recursos, donde un limpio y
bien trabado tejido polifónico resalta la línea principal de esta obra.
Son
cantados con una gran belleza, con unidad y con una armonía maravillosa que nos
hace estremecer, porque cuando escuchamos cantar al coro, escuchamos la queja
dolorosa de Cristo, que no sabe qué más puede hacer por su pueblo, por
nosotros, por toda la humanidad, que no haya hecho ya. Y nos mueve a compasión.
De
todo lo expuesto, podemos concluir que la música orante, nos eleva de manera
especialísima a la unión con Dios. Dejemos por tanto, que la Palabra hecha música nos
descubra y revele el Misterio. Dejémonos seducir y sorprender por la Palabra crucificada,
Palabra de amor. Y cantemos nuestra fe y amor a Él con nuevo gozo. Sea nuestro
cántico, un cántico de gratitud y así, el Padre reciba la alabanza que, unida
para siempre a su Hijo amado, en alas de su Espíritu divino, su Iglesia enamorada
le reza y canta.
Sor Eva Mª Campo Reguillo
Monasterio de San Benito, Talavera de la Reina
[1] Instrucción Musicam Sacram de 1967, en
http://www.musicaliturgica.com/assets/plugindata/poolc/Musicam%20Sacram1967.pdf
[2] E. Pablo, Alocución Capitular Cuaresma 2013, Monasterio Cisterciense de San
Benito, Talavera de la Reina
(Toledo).
[4] Misal Romano, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid
1988.
[5] Instrucción Musicam Sacram de 1967, en
http://www.musicaliturgica.com/assets/plugindata/poolc/Musicam%20Sacram1967.pdf
[6] P. Morrisroe, Improperia, The Catholic Encyclopedia,
Vol. 7, Robert Appleton Company, New York 1910, (28 Feb 2012) http://www.newadvent.org/cathen/07703a.htm. http://ec.aciprensa.com/wiki/Improperios#.Uy_7raJSNFt
[7] Benedicto XVI, Los días del amor más grande, (Audiencia General del Miércoles
Santo 4 de Abril de 2007), en Revista Ecclesia nº 3357-58, Madrid 2007, pp.
29-30.
[8] Documentos del Vaticano II, Constitución “Sacrosanctum Concilium”
116, BAC, Madrid 1976.
[9] J. Piqué, Teología y Música, Parte III, Cap. VIII, Editrice Pontificia
Universitá Gregoriana, Roma 2006, pp. 207-255.
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