Jesús ha
venido al mundo para enseñarnos a vivir la novedad de ser Hijos de Dios, esta
es la Buena Nueva que nos presenta el mensaje de Jesús, hecho Palabra y Vida en
cada acontecimiento, en cada persona que se encuentra con Él para vivir ya
siempre por Él, con Él y en Él, como nos dice Pablo en su compartir de
corazón con los hermanos de Filipos: Lo he
perdido todo por Cristo y todo lo estimo basura, con tal de ganar a Cristo y
vivir en Él. ¿Qué me puede ofrecer ya el mundo? Nada, absolutamente nada.
¿Qué me puede prometer el pecado? Nada, sino desdicha y lejanía de Quien es mi
Amor ya para siempre. Esto es lo que ha venido a comunicarnos Jesús, Hijo del
Padre, con la luz del Espíritu Santo. Solo en Dios encontraremos nuestra paz,
nuestra dicha, nuestra felicidad, nuestro amor y misericordia, que
experimentamos en nuestro interior y que estamos llamados a compartir sin
descanso. Esta es la mentalidad de los que viven en Cristo y nada estiman más
que Él, como sabe bien San Benito.
¡Qué lejos
estaban de poder acoger esta “novedad” de Jesús aquellos hombres que basaban su
vida en la “ley”, una justicia hecha según sus criterios, en lugar de vivir en
aquella “ley” basada en la fe en Jesucristo, que ha venido para mostrarnos el
Amor y Misericordia del Padre con una “novedad” inimaginable para el hombre. La
novedad del abrazo del Maestro que levanta a la pecadora de su miseria, sin
condenarla, porque en su caída ha recibido ya su castigo, su humillación hasta
el polvo, que le ha hecho arrepentirse hasta el fondo de su alma, en el temor
no solo de la muerte inminente, sino en aquella que sería eterna si no se acogiese
al perdón de Dios.
Esta es la “novedad” que nos trae Jesucristo, que ha venido
a luchar y vencer a la muerte, al pecado, y a levantar del polvo al caído que
eleva su mirada en búsqueda de salvación. Ha venido a hacerse uno de nosotros,
a enseñarnos a vivir, a ser señores de nuestra realidad, sin dejarnos engañar
por la promesa del pecado, que nos dice que qué más da…, aletargándonos la
conciencia hasta no llegar a estar ciertos de tenerla. No dejemos que se nos
duerma la conciencia, seamos delicadísimos en nuestro deseo de agradar a Dios
con nuestra vida, en su sencillez, que no por ello deja de tener su sacrificio,
en cada detalle, por pequeño que nos parezca, porque todos son igualmente
importantes. Solamente así podremos acoger el gozo de vivir la gracia del
perdón y darla a los demás. No dejemos pasar las cosas como si nada, porque
parece no pasar nada. Esto sería adormecer y aletargar nuestra propia vocación
y la vocación de la comunidad en el seguimiento de Jesucristo, haciéndonos
perder la vida o, cuando menos, que no llegue a dar el fruto esperado con tanto
amor por el Padre.
Sintámonos responsables todos y cada uno del presente y el
futuro de la Iglesia, de la Comunidad, del destino de la humanidad. Acojamos a cada hermano en su debilidad y ayudémonos a
apartarnos de todo aquello que nos aleje de vivir el camino emprendido, la
gracia de nuestra vocación humana y cristiana, que no podemos dejar de
renovar y alimentar cada día.
Esto es lo
que quiere hacernos comprender y vivir Jesucristo, enseñándonos a vivir en
permanente abajamiento, en total humildad, a amarnos en servicio continuo,
desde la salida del sol hasta el ocaso, a doblar nuestro cuerpo ante Dios y
ante los hermanos, en un lavarnos continuamente los pies unos a otros. En un
servicio de amor y entrega que va desde las tareas más sencillas para nuestra
vida de cada día, como el comer, hasta el canto de alabanza a Dios en la oración. Con el
respeto de estar ante la presencia de Dios en cada hermano. Por esto, no da lo
mismo hacerlo de una forma o de otra. Solo es verdadero el servicio si se hace
por amor y con amor, como el mismo Jesús lo hace también por mí. Y en este
continuo servicio de amor, encontraremos la presencia de Dios entre nosotros y
podremos cantar a una sola voz: “El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos alegres”. No hay mejor testimonio que podamos dar para hacer creíble y
atrayente nuestra vida, nuestro seguimiento de Jesucristo. Esto es hacer vida la novedad del
Evangelio, que se nos abre cada día como camino a recorrer en comunión de
servicio y amor.
M. Eugenia Pablo OCist
Monasterio de San Benito
Talavera de la Reina
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