ARMARSE INTERIORMENTE DE PACIENCIA
San Benito nos
invita en el Prólogo de la Regla a vivir la misma paciencia de Dios, que no se
cansa nunca de esperarnos y aguardar que escuchemos su voz y no endurezcamos
nuestro corazón ante su gracia, ante la llamada de los hermanos. Y así nos lo
va recordando a través de los diversos Capítulos: en el Prólogo (2), en
el capítulo 4º de las Buenas obras (1), en el 7º de la humildad (3), en el 36
sobre los enfermos (1), en el 58 sobre la admisión de los hermanos (2), y en el
72 sobre el celo bueno (1).
En el cuarto grado de humildad, San Benito nos
exhorta a armarnos de paciencia, a abrazarnos a ella en las dificultades, contrariedades,
injurias, pruebas, trampas, golpes, tribulaciones, falsedad de los hermanos…
para poder bendecir a los que nos maldicen. Para que podamos hacer siempre el
bien, aunque no se nos pague con la misma moneda. Parece estremecernos toda
esta enumeración que nos hace san Benito en la Regla. ¿Es posible que esto se
dé a nuestro alrededor? ¿Es posible que en nuestras Comunidades afloren
actitudes propias de quienes se buscan a sí mismos en lugar de buscar a Dios? Sabemos
que la gracia de Dios nos ayuda a evitar todas estas situaciones, que son
propias del hombre carnal, pero hemos de estar alerta, porque el enemigo
siempre está al acecho, para hacernos caer en sus redes. Y no pensemos que el
enemigo está fuera, porque también lo llevamos dentro, que es donde nos ataca
con más fuerza para hacernos abandonar el camino del bien, para que desistamos
en el camino emprendido. De este modo, trata de controlar nuestros
pensamientos, los sentimientos de nuestro corazón, sobre todo cuando reconoce
la obra de la gracia que actúa en nosotros, tratando de arrancar la semilla
buena que Dios pone cada día en nuestro corazón, llevándonos a la impaciencia
con nosotros mismos y con los demás. Porque en primer lugar hemos de tener
paciencia con nosotros mismos para llegar a ser pacientes con los otros. Buscar
la paz en lo más íntimo del corazón para poder darla. De este modo, nos dice
San Francisco de Salés: “Sé paciente con todo el mundo; pero sobre todo contigo
mismo”. Y en la misma línea, san Pío de Pietralcina: “Si necesitamos paciencia
para tolerar las miserias ajenas, más aún debemos soportarnos a nosotros
mismos”; sin dejar de mencionar a Santa Teresa con su “nada de turbe… la
paciencia todo lo alcanza…” y tantos otros santos, por no decir todos los
santos.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el
número 227, nos da una hermosa definición sobre la paciencia cuando nos dice que
“tener paciencia es confiar en Dios en todas las circunstancias,
incluso en la adversidad”. Y sigue en el número 736 que “gracias al poder del
Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en
la Vid verdadera hará que demos «el fruto del Espíritu que es caridad, alegría,
paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Ga 5,
22-23)”.
Por tanto, con
la fuerza del Espíritu Santo estaremos siempre a la escucha de la voz del
Señor, para confiar siempre en Él, y no en las voces tentadoras que nos
presentan todo lo que nos “ataca” para tratar de “endurecer” nuestro corazón
(Sal 94). ¡Dios nos libre de un corazón endurecido, que no se ama a sí mismo ni
a los demás! Encerrado en su propio egoísmo no ve más allá de la satisfacción
de su propia necesidad, dejando a un lado lo que los demás puedan necesitar de
él. Solo un corazón abierto y paciente puede vivir para los demás, puede
ejercer las obras de misericordia, que nos invitan en primer lugar a perdonar y
sufrir con paciencia para poder socorrer a nuestros hermanos en sus
necesidades, tanto espirituales como materiales.
Abrazarnos
con la paciencia en nuestro interior, nos dará el vivir con serenidad y nos
hará actuar con paz y sosiego. Nos evitará caer en la angustia de la
preocupación por los afanes de la vida para ocuparnos en buscar el Reino de
Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadidura. Buscando
contentar a Dios, podremos vivir en la felicidad verdadera para poder hacer
felices a los demás… aunque muchas veces no lo veamos. Siembra amor y sacarás amor,
invitación de san Juan de la Cruz, de tantos santos, del mismo Jesús que nos da
su vida por amor. Vivamos con alegría y paciencia, sin desesperar nunca de la
misericordia de Dios, como nos dice nuestro P. San Benito. Que Santa María nos acompañe en el camino.
M. Eugenia Pablo
Monasterio de San Benito
Talavera de la Reina
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