5/2/15

LA PACIENCIA




ARMARSE INTERIORMENTE DE PACIENCIA

San Benito nos invita en el Prólogo de la Regla a vivir la misma paciencia de Dios, que no se cansa nunca de esperarnos y aguardar que escuchemos su voz y no endurezcamos nuestro corazón ante su gracia, ante la llamada de los hermanos. Y así nos lo va recordando a través de los diversos Capítulos: en el Prólogo (2), en el capítulo 4º de las Buenas obras (1), en el 7º de la humildad (3), en el 36 sobre los enfermos (1), en el 58 sobre la admisión de los hermanos (2), y en el 72 sobre el celo bueno (1).

En el cuarto grado de humildad, San Benito nos exhorta a armarnos de paciencia, a abrazarnos a ella en las dificultades, contrariedades, injurias, pruebas, trampas, golpes, tribulaciones, falsedad de los hermanos… para poder bendecir a los que nos maldicen. Para que podamos hacer siempre el bien, aunque no se nos pague con la misma moneda. Parece estremecernos toda esta enumeración que nos hace san Benito en la Regla. ¿Es posible que esto se dé a nuestro alrededor? ¿Es posible que en nuestras Comunidades afloren actitudes propias de quienes se buscan a sí mismos en lugar de buscar a Dios? Sabemos que la gracia de Dios nos ayuda a evitar todas estas situaciones, que son propias del hombre carnal, pero hemos de estar alerta, porque el enemigo siempre está al acecho, para hacernos caer en sus redes. Y no pensemos que el enemigo está fuera, porque también lo llevamos dentro, que es donde nos ataca con más fuerza para hacernos abandonar el camino del bien, para que desistamos en el camino emprendido. De este modo, trata de controlar nuestros pensamientos, los sentimientos de nuestro corazón, sobre todo cuando reconoce la obra de la gracia que actúa en nosotros, tratando de arrancar la semilla buena que Dios pone cada día en nuestro corazón, llevándonos a la impaciencia con nosotros mismos y con los demás. Porque en primer lugar hemos de tener paciencia con nosotros mismos para llegar a ser pacientes con los otros. Buscar la paz en lo más íntimo del corazón para poder darla. De este modo, nos dice San Francisco de Salés: “Sé paciente con todo el mundo; pero sobre todo contigo mismo”. Y en la misma línea, san Pío de Pietralcina: “Si necesitamos paciencia para tolerar las miserias ajenas, más aún debemos soportarnos a nosotros mismos”; sin dejar de mencionar a Santa Teresa con su “nada de turbe… la paciencia todo lo alcanza…” y tantos otros santos, por no decir todos los santos.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 227, nos da una hermosa definición sobre la paciencia cuando nos dice que “tener paciencia es  confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad”. Y sigue en el número 736 que “gracias al poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos «el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Ga 5, 22-23)”.

Por tanto, con la fuerza del Espíritu Santo estaremos siempre a la escucha de la voz del Señor, para confiar siempre en Él, y no en las voces tentadoras que nos presentan todo lo que nos “ataca” para tratar de “endurecer” nuestro corazón (Sal 94). ¡Dios nos libre de un corazón endurecido, que no se ama a sí mismo ni a los demás! Encerrado en su propio egoísmo no ve más allá de la satisfacción de su propia necesidad, dejando a un lado lo que los demás puedan necesitar de él. Solo un corazón abierto y paciente puede vivir para los demás, puede ejercer las obras de misericordia, que nos invitan en primer lugar a perdonar y sufrir con paciencia para poder socorrer a nuestros hermanos en sus necesidades, tanto espirituales como materiales.

Abrazarnos con la paciencia en nuestro interior, nos dará el vivir con serenidad y nos hará actuar con paz y sosiego. Nos evitará caer en la angustia de la preocupación por los afanes de la vida para ocuparnos en buscar el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadidura. Buscando contentar a Dios, podremos vivir en la felicidad verdadera para poder hacer felices a los demás… aunque muchas veces no lo veamos. Siembra amor y sacarás amor, invitación de san Juan de la Cruz, de tantos santos, del mismo Jesús que nos da su vida por amor. Vivamos con alegría y paciencia, sin desesperar nunca de la misericordia de Dios, como nos dice nuestro P. San Benito. Que Santa María nos acompañe en el camino. 
 M. Eugenia Pablo
Monasterio de San Benito
Talavera de la Reina

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